Diario de Fabrice Neaud es el epitafio de la autobiografía en cómic. En sus ochocientas y pico páginas, muestra el poder del lenguaje del cómic para contar la vida en todas sus inmensurables facetas: desde las más triviales y carnales hasta las más etéreas y apolíneas. La autobiografía «amorosa» stricto y lato sensu de Neaud es un ejercicio espiritual, una práctica con la que el autor busca dar forma a una vida que rebosa.
De página en página seguimos múltiples trayectorias que se irradian: como un nuevo Sebastiano, Neaud pone en escena un martirio, entregándose no solo al hipotético lector, sino sobre todo, con conmovedora sinceridad, a la mirada de los demás. Desde las primeras líneas, el autor deja claro el criterio que guía sus crónicas: una autenticidad tan sincera que se granjea enemistades con todo y todos. Una «mise en danger», una conducta peligrosa pero no negligente, más bien guiada por la obstinada idea de hacer estallar ese castillo de reserva que protege los detalles más íntimos de la vida de cada uno.
El término fue acuñado junto a Jean-Christophe Menu en un extenso artículo que apareció en 2007 en L’Éprouvette para definir ese tipo de biografía que utilizaba herramientas retóricas para crear cierta familiaridad con el lector, ese tipo de biografía edulcorada y complaciente en la que pequeños avatares con forma de osito, de trazo cartoon y inofensivo, eran capaces de hacerte sentir como en casa y exclamar la fatídica frase «¡qué soy yo!».
La obra a cuatro manos de Menu y Neaud llevaba por título un lapidario y axiomático Autopsie de l’autobiographie: título emblemático, definitivo y descriptivo. Si los dos dibujantes afirmaban encontrarse ante un cadáver para llevar a cabo una autopsia, estaba claro que no se trataba de un cuerpo agonizante, sino, precisamente, de un cadáver. Algo ya muerto.
Sin embargo, han pasado casi veinte años. En ese tiempo, Fabrice Neaud decidió primero interrumpir la redacción de su Diario después de cuatro tomos por causas puramente materiales (y legales) y luego retomó la escritura, superando los cincuenta años. Sobre todo, en estos años la autobiografía como género del cómic ha muerto, resucitado, explotado, desbordado en las redes sociales, transformándose, mutando y volviéndose algo mucho más invasivo y molesto que un simple memoir. Sin sacudirse, a pesar de todo, esa sensación de juego inútil que cuando parece subvertir las reglas de la dialéctica entre lo que se puede decir y lo que se debe callar, inevitablemente se convierte en un discurso hecho para épater le bourgeois.
Con Neaud nos enfrentamos a lo que podríamos llamar autobiografía pura? Donde la pureza residiría en un pacto silencioso entre el autor y el lector, que obligaría al primero a responder a una especie de imperativo categórico: «¡la verdad, solo la verdad!». No sabría decir. Por supuesto, Neaud despeja el terreno desde las primeras páginas eligiendo un estilo que no permite ninguna identificación. No hay un yo genérico con el que inevitablemente sentirse cercano, sino un cuerpo vivido que no admite delegaciones.
Está Fabrice Neaud, desnudo y puro, y la franqueza con la que te lo recuerda viñeta tras viñeta a veces no está hecha para crear empatía. De hecho, la sensación más lograda es la de incomodidad, molestia y, en última instancia, incomprensión. Esto sería suficiente para afirmar que la misión «ética» de Neaud ha tenido éxito, pero no podemos dejar de convenir en que toda autobiografía en realidad es una obra de ficción: porque pone en escena un personaje, y Neaud no es una excepción. De hecho, construye a Fabrice Neaud con detalle, utilizando una postura muy específica y reconocible, que crea un anzuelo para el lector y que, sobre todo, es el resultado de elecciones precisas sobre qué contar y cómo hacerlo.
Toda autobiografía es un montaje, y Fabrice Neaud es un maestro del montaje. Diario es el resultado de un trabajo meticuloso en el que la «toma directa», la reelaboración, la creación, las referencias extradiégeticas, el análisis social y estético se fusionan en un dispositivo narrativo bien aceitado y calibrado, pero que no pierde de vista el objetivo teórico y ético.
El storytelling, a veces impregnado de una cierta prosopopeya, podría parecer afectado, pero se le perdona a Fabrice Neaud cada deliberada demora gracias a la capacidad excepcional de montaje y por algunas soluciones ingeniosas y de buen gusto, que muestran cómo Diario no solo nació de la urgencia de contarse a sí mismo, sino de la ambición de hacer cómic tout court. Bastaría con el capítulo 5 del segundo tomo, donde Neaud narra su conversación con Doumé, para comprender su genio (a pesar de algunos ecos del trabajo de Edmond Baudoin y de la experiencia de la OuBaPo).
Dicho esto, no se puede más que celebrar con júbilo la edición integral de Diario, publicada por Tunué, en un poderoso volumen traducido por Stefano Andrea Cresti y editado por Boris Battaglia, quien introdujo por primera vez la obra de Neaud en Italia a finales de los años noventa. Entre la edición de Rasputin Libri del primer volumen del Diario y la integral recién publicada han pasado décadas, culposamente agregaría, pero nunca es demasiado tarde para recuperar una de las obras más importantes no solo del cómic autobiográfico, sino de todo el cómic.
Artículo originalmente publicado en Fumettologica y aquí presentado en una versión editada.