Con el tercer capítulo ha concluido la saga de los Graveyard Kids de Davide Minciaroni, uno de los cómics italianos más emocionantes de los últimos años. Nacido como autoproducción en 2017, cuando salía fotocopiado en papel de colores para el colectivo Doner Club, sorprendentemente ganador en 2018 del Premio Micheluzzi como Mejor serie con un estilo no realista, luego pasó a Edizioni BD, donde adquirió el actual formato de tankobon al estilo italiano.
Al llegar a la tercera iteración, la trama no difiere mucho de la primera entrega: adolescentes de secundaria involucrados en sangrientas peleas por el control del territorio. Aunque la inspiración japonesa sigue siendo predominante, en este tercer volumen el modelo más cercano es el de The Warriors de Walter Hill, citado al pie de la letra en los Basket Furies. Sin embargo, en el colorido mundo creado por Minciaroni, son los adolescentes de preparatoria los que predominan, divididos en bandas aún más exageradas que los protagonistas.
La otra gran obra que ha marcado de forma indeleble este capítulo es Slam Dunk, el manga sobre baloncesto juvenil creado por Takehiko Inoue. Como en todo spokon que se precie, también en el mundo de Hanamichi Sakuragi y Kaede Rukawa un campeonato amateur entre preparatorias adquiere la importancia de una final de la NBA. Los partidos son sufridos, cargados de drama, el público es el de las grandes ocasiones y cada error puede ser fatal.
Es precisamente por esta razón que cada jugador se ve obligado a darlo todo, hasta el límite extremo de sus capacidades físicas. Luego puede suceder que se pierda un partido, y la visión vuelve a estar clara: toda la épica hazaña de los alumnos de Shohoku dura en realidad solo unos pocos meses, después de lo cual se vuelve a la vida real. Algunos van a la universidad, otros son convocados realmente al equipo nacional juvenil, algunos deben cuidarse y otros simplemente pasan al último año de preparatoria. El baloncesto, que parecía ser el fin último de sus vidas, vuelve a ser un juego.
El último volumen de Graveyard Kids funciona exactamente de la misma manera. Poco a poco, los protagonistas están creciendo, y la duda de si esta guerra entre bandas es solo una broma entre adolescentes o jóvenes no particularmente inteligentes es cada vez más plausible. Quizás la preparatoria no está solo poblada por chiflados que se visten como personajes de un manga y que van amenazando a preadolescentes de 12/13 años. Quien no logra entender lo ridículo que es esto corre el riesgo de llevar el juego demasiado lejos, rompiéndolo definitivamente.
Los adultos que se comportan como adultos finalmente irrumpen en el mundo de Minciaroni, representados por la hermana mayor de Lule. No es el despreciable e infantil dueño de una tienda de cartas coleccionables o un gato antropomorfo con problemas de control de la ira. Xhu es una mujer formada, que hace su debut en ropa interior dejando de inmediato en claro su madurez. Un gran avance en comparación con las peleas a las que están acostumbrados los chicos.
Antes de que termine el libro, los protagonistas se darán cuenta de que el tiempo para estas absurdas cruzadas está llegando a su fin, prefiriendo un juego de Bestias Ignobles en lugar de una pelea con la última banda por debelar. Así como Inoue puso fin a la hazaña heroica de Shohoku con un par de leyendas explicando cómo el equipo fue eliminado de los nacionales, así Minciaroni cierra tres volúmenes de peleas furiosas con algunas páginas totalmente anticlimáticas.
La última leyenda de todo el volumen, cita especular del final de Stand by Me, marca el cierre de un paréntesis en la vida de los protagonistas. Rob y Bill se despiden, probablemente por última vez. Ahora el ex-terror de la escuela media «Cipollo II» solo tiene en mente a Lule. A Bill solo le queda admitir que nunca tuvo «enemigos como los que tenía a los 12 años». Así Minciaroni concluye la obra que lo hizo conocido y el primer capítulo de su carrera. Sus habilidades han sido ampliamente confirmadas y reafirmadas en el constante crecimiento experimentado a lo largo de los tres volúmenes de Graveyard Kids, tanto en la escritura como en el dibujo.
Si el capítulo más rico y sorprendente de Graveyard Kids sigue siendo el segundo, también en esta tercera iteración su capacidad para hacer suyos los estados de ánimo y los estilos de los shonen sigue siendo constante. La capacidad del autor para derivar de un punto de partida tan popular un estilo a menudo grotesco y casi desagradable lo convierte en un fenómeno único en el panorama italiano.
En comparación con una mimetización total del cómic japonés, la elección de Minciaroni le permite una expresión más áspera, favorecida aún más por las continuas secuencias de acción con las que salpica su relato. Su irrupción y ascenso rapidísimo en el mundo del cómic son el principal testimonio de cómo su estilo y su poética han llegado directo al grano, con la esperanza de que sus trabajos futuros puedan hacer lo mismo.
Artículo originalmente publicado en Fumettologica y aquí presentado en una versión editada.
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